sábado, 30 de mayo de 2015

Migene González Wippler y Milton Acosta: dos visiones en torno al "trance de posesión".


Postura de Migene González Wippler.
 

“... los Orishás son ciertos puntos de contacto que los Yorubas –y después los santeros- podían establecer dentro del inconsciente colectivo. Cada Orishá parece ser lo que Carl Gustav Jung llamó un arquetipo, el cual definió como un complejo autónomo dentro de la personalidad humana. Debido a que cada arquetipo es independiente de la personalidad y muestra características intensamente individualistas, a menudo se comporta como si fuera una entidad separada y sobrenatural.

Según Jung, cada arquetipo controla un aspecto diferente de la personalidad y/o un esfuerzo humano diferente –una definición que podría también describir las funciones de los Orishás-. Para que exista un perfecto balance en la personalidad (y por lo tanto para la salud mental), es vital que cada arquetipo sea bien desarrollado y también asimilado por el individuo.

Cada Orishá puede ser visto como arquetipo  o complejo autónomo que ha sido perfectamente desarrollado y balanceado en la personalidad del santero. Debido a que cada individuo tiene características específicas que lo apartan de los otros, se dice que está bajo la protección del Orishá que comparte esas mismas características.

Cuando un Orishá desciende a tomar posesión de un santero o creyente, las energías psíquicas abrumadoras de ese arquetipo particular son temporalmente liberados dentro de la personalidad consciente. La persona poseída entonces despliega extraños poderes y habilidades inusuales precognitivas, los atributos naturales de un arquetipo formado de pura energía dirigida a un canal específico.

El antropomorfismo de los Orishás por los santeros no es sólo ilusión, sino una herramienta útil por medio del cual los varios elementos de la personalidad se vuelven más fáciles de entender y de aceptar.

Elegguá [Bará Esú], por ejemplo, es el Orishá más importante porque él es “moderador” del comportamiento social. Elegguá junta a todos los otros arquetipos en un todo armonioso y ayuda a completar lo que Jung llama el proceso de individuación, ocasionando una personalidad que está perfectamente integrada, madura y bien balanceada. Cuando los llamados de Elegguá son tenidos en cuenta, las energías psíquicas del individuo son dirigidas a lo largo de canales constructivos y él está en control de su destino.”
 
“Santería. La Religión.”, Llewelyn, Minnesota, 1999.
 
 


El Trance, de Babalorishá Milton Acosta de Sangó.

 
“El hombre religioso adherido a los cultos de posesión entra en trance. Es más, se le prepara para esto mediante técnicas corporales y culturales cuyo origen se pierde en el tiempo. Hasta épocas relativamente cercanas este estado se catalogó como patológico, y aún dentro de comunidades muy marcantes –en el sentido de promover de algún modo el fenómeno- se consideraba como efectos de la posesión de entidades malévolas.

El trance es sin duda, una conducta cultural y por tanto pautada muy puntualmente que comienza y cesa merced a estímulos prefijados en la conciencia y desplazados hacia el inconsciente. La danza, el sonido, la repetición constante de fórmulas, etc. Propician este estado en el que el hombre religioso entra dejando de ser él para ser la forma divina o el antepasado que lo sacraliza. Considerados el lugar sagrado y el momento como rupturas de niveles, el hombre religioso asume el papel que se le revelara en el proceso iniciático y todo cuanto este rol representa para sí y su comunidad. Sin embargo no es teatro, no se trata de un actor que recita un personaje; es el personaje desencadenado por diversos factores externos a él y voluntariamente afirmado en su interior por su aprendizaje dentro de la comunidad, que sanciona positivamente su calidad de mediador entre lo sagrado y el grupo. Sin olvidarnos además que los hechos suceden para él y para el grupo de acuerdo a como se espera que sucedan de acuerdo a su perspectiva. El ser en estado de trance aparece con capacidades diferentes a las que se le conocen en su estado ‘normal’: resistencia mayor (evidenciada por ejemplo en la danza), ascenso del nivel límite ante el dolor (en pruebas de autenticidad ritualizadas) ingestas de elementos extraños a su dieta regular, etc. etc. (...)

También la cesación del estado de trance es un rasgo culturalmente aprehendido. Hay un momento dado en el que las formas divinas o antepasados deben retirarse, ‘subir’. Hay una manera de hacerlo –o muchas- pero pautada por reglas fijas. Cuando sucede tal cosa se retira así, cuando tal otra, de tal modo. En el caso que nos ocupa, Esú puede retirarse girando sobre sí mismo, tanto como puede llegar del mismo modo; o puede ser ‘despachado’ como se despacha a un orishá, doblando los antebrazos y cruzándolos sobre el pecho, soplando sus oídos alternativamente y asperjando agua con la boca por encima de su cabeza hacia atrás. Pero sin duda ni orisha ni Esú teme al agua o está imposibilitado de tocarla, rituales y seroes que ellos mismos realizan (serao, seroes –es/son todo el trabajo que se cumple durante y después de los sacrificios a las formas divinas afrobrasileñas) es la mejor prueba. Se considera esta aspersión de agua (assaje) como una bendición cargada de Asé, de fuerza trascendente que sale de quien la efectúa y tiene el poder de retirar energías negativas, que son devueltas a su lugar de origen.”

-“Contribución al estudio de Esú. El principio dinámico de la vida, guardián de los límites, comunicador.”, Montevideo, 1999.

El presente Blog reúne artículos organizados o escritos por el Profesor Fabio Sebastián Cruz. Siempre que se citan o presentan textos de otros autores se cita la fuente de los mismos.